Museu del Ferrocarril
El tren siempre ha tenido un componente mágico para casi todo el mundo. Hasta la llegada de los modernos trenes de alta velocidad y la distribución corrida de pasajeros, a modo de autocar, un viaje en tren siempre tenía algo de aventura (y de promesa: ¿quién no ha soñado con un viaje de catorce horas en uno de aquellos antiguos compartimentos, sentado frente a una dama estupendísima?).
Ya desde niños -que no desde niñas, curiosa y lamentablemente- el tren nos ha fascinado y esa fascinación nos ha perseguido toda nuestra vida: en unos, ha calado hondo y pasan horas y más horas frente a la maqueta de un tren eléctrico al que sacrifican tiempo y [mucho] dinero; para otros, es una delicia más eventual, pero no menos intensa: uno puede pasar meses sin recordar que el tren existe y un día, de pronto, el tren se le hace presente y lo disfruta con una intensidad y un deleite extremos. Otros, a falta de espacio y quizá de medios -pero no de tiempo-, recurren a simuladores informáticos de conducción de trenes, de gestión viaria y qué sé yo cuantas cosas más. Y, en nuestro propio mundo de fotógrafos aficionados -y también en el de los profesionales-, del mismo modo que existen los airspotters -corporación a la que yo mismo me honré en pertenecer durante algunos años hasta hace unos pocos- están también los trainspotters.
En Vilanova i la Geltrú, una villa marinera y destacado puerto pesquero y comercial situada a unos 45 kilómetros de Barcelona, en la comarca del Garraf, existe un museo, el Museu del Ferrocarril de Catalunya, relacionado (ignoro con qué vinculación jurídica) con el Museu Nacional de la Ciència i la Tècnica de Catalunya y con la Fundación de los Ferrocarriles Españoles, además de tener como partners al Ayuntamiento de Vilanova i la Geltrú y a diversas empresas comerciales.
Es un museo pequeño, considerando el volumen medio de cada uno de los vehículos que alberga, así como la cantidad de los mismos y, desde luego, adolece de tener el material muy abigarrado, casi todo alrededor de una rotonda ferroviaria, que dificulta su pleno disfrute y que, desde luego, para el fotógrafo es una tortura. Ahora se está habilitando una gran nave en la que se van a realizar diversas exposiciones, pero no sé si albergará material permanente ni cuánto. En cualquier caso, es un museo importante y pocos pueden verse en España de esta entidad.
Pero pese a todas estas dificultades (y a que el desplazamiento en tren desde Barcelona-Sants se come nada menos que tres cuartos de hora de viaje) el tren constituye siempre una llamada poderosa. Y, para el fotógrafo aficionado, un desafío, un desafío difícil, complicado, pero apasionante y gratificante.
Allá que me fui una buena mañana de este mes de octubre, y presento a continuación parte del resultado.
(Para variar, la cámara empleada es mi compacta de uso urbano habitual Canon Powershot G5X Mark II)
Un pequeño ejercicio realizado desde las cocheras mirando hacia la rotonda donde se acumulan las locomotoras. f/6.3 1/400s ISO-125 40mm (~ FF 35mm) |