Cementerio de Poblenou
Los cementerios tienen fama de lugar siniestro; unos cuantos siglos de literatura o tradición oral del género de terror y años de películas de ídem (estupideces totales en todos los casos), hacen que la gente les tenga una cierta repulsión. En esta triste época de asepsia mental, el rito mortuorio se reduce a lo mínimo y debidamente aislado y desinfectado: si poca gente asiste ya a los velatorios (como no sea que, por razones materiales, haya que dejarse ver por el tanatorio) menos aún acude al cementerio a despedir al finado. Y, además, cada vez va ganando terreno la incineración, lo que acaba de conferirle a la palmancia un cierto marchamo industrial. Pero a mí los cementerios me gustan. Me gustan porque son de los pocos lugares donde no alcanzan los cretinos a darte la vara, me gustan porque suelen contener -sobre todo los grandes cementerios urbanos- obras de arte funerario muy apreciables y me gustan, finalmente, porque explican historias, historias muy interesantes y no siempre l