El Paral·lel y el Raval
Regresando de nuevo -y por enésima vez- a la vida normal, el sábado 13 de julio participé en la salida del grupo de Street de la Agrupació Fotogràfica de Catalunya. Bueno, ya sabéis que, de street, de lo que se dice en puridad street, no soy mucho, pero sí que me gusta la arquitectura, la monumentalidad y el paisaje urbano (aunque sin gente, la gente sólo da por... en fin, problemas), pero el grupo de Street de la AFC está formado por personas muy majas y, cuando no tengo alguna extremidad rota o de cualquier otro modo machacada, me encanta salir con ellos. Fotografía y buenos camaradas ¿qué más se puede pedir?
Las áreas de recorrido fueron el Paral·lel y el Raval, aunque yo me escapé un pelín más allá y me acerqué a los restos de la tercera muralla, la que se empezó a edificar en el siglo XIV por iniciativa de Pere IV el Ceremoniós y que continuó en varias etapas durante los siglos XVI y XVII, recreándome en el Baluarte, edificacion de esa etapa más reciente. Dediqué algunos disparos a las famosas tres chimeneas, las que fueron de La Canadiense, que nos recuerdan una lucha obrera que acabó siendo masiva (y victoriosa, por una vez) y haciendo morder el polvo a una patronal brutal y salvaje. Y, guiados por Diego Pastor, el líder y alma del grupo, buen conocedor de aquellos barrios, nos adentramos en el Raval, un barrio que yo había conocido muy bien (aunque quizá no tanto como Diego) décadas atrás.
Y, claro, inevitablemente caí en la tentación: yo, es que veo Sant Pau del Camp, un pequeño, casi ínfimo, monasterio románico y babeo, así que no pude evitar caer por allí acompañado por los amiguetes, que también cedieron a la tentación.
Y allí, el berrinche: el claustro -románico, claro, y tan hermoso como chiquitín- estaba invadido por una exposición de piezas que artísticamente no voy a calificar porque no es necesario para el caso. Lo diré en dos palabras: como si me plantan allí en medio los Fusilamientos del 3 de mayo. Cada cosa ha de estar en su lugar y en un claustro románico lo único que tiene que haber es eso, el claustro románico. El arte, por lo demás excelente (cuando lo es) y deseable, debe exponerse en las salas dedicadas a tal efecto.
Habían colocado piezas entre columna y columna, entre otros lugares del claustro, estropeando, además del disfrute inherente, la fotografía. No hice ninguna, de pura mala leche. El interior ya fue otra cosa, pese a un guía bastante tabarra que, sin consideración alguna, nos plantó a su grupito entre nosotros y nuestro sujeto (un ábside románico presidido por la copia de una talla) en el justo momento en que íbamos a fotografiarlo. Todo esto después de aforar cinco euros por barba (y porque pasamos como grupo).
En fin, no nos hagamos más mala sangre: aquí tenéis el producto de aquel día que, pese a lo del monasterio, fue de lo más agradable.
Cámara: Nikon Z50 + Nikkor Z DX 18-140 mm
Torreón defensivo de la muralla rodeado de flores. Quizá pueda verse ahí una alegoría de la paz y la guerra. f/5,6 1/60s ISO-100 45mm (~ FF 35mm) |
Arte mural en la vía pública. Bueno, pues eso. f/5.0 1/200s ISO-100 38mm (~ FF 35mm) |